sábado, 10 de octubre de 2009

Un regalo que vino del mar

Viniste navegando en la deriva a merced de las corrientes marinas; de allá en la lejanía que se pierde en lo más profundo del mar azul. El atardecer, te depositó en la playa gracias a una ola que después de dejarte regresaba otra vez a la inmensidad como un espumoso adiós que acariciaba la arena. El sol jugaba en el horizonte ardiendo en medio de unas nubes candentes. Era una tarde de finales de Enero donde sólo estaba yo en aquel lugar. Me acerqué a tí mientras temblabas entre el miedo y la impotencia de no poder hacer nada. Tus ojos eran verdes como el agua más pura; tan profunda como tu mar Mediterráneo y...pasados unos minutos, el sol nos dejó a la luz de una luna de primavera de invierno. Las aguas del mar brillaban infestadas de reflejos plateados y un barquito cruzaba aquella estela. Te pregunte si necesitabas algo, si tenías frío después de aquel naufragio y tu, conocedora de la profundidad del alma, levantaste tu mano para tocar la mía...solo eso. Acaricie la palma de tu mano abierta como quién se abre al mundo y, en aquel momento entendí tu idioma...tan universal como el del corazón. Naciste en medio del océano y sólo entendías de libertad. Llegaste a esta playa y no era lo mismo. Quieres regresar al mar pero allí encuentras la soledad porque de tu especie solo quedas tú...ves a otro corazón y a el te das aún sin saber de lo falso que puede ser el hombre. Lloré al ver tu pureza y me abracé a tí como nunca lo hice con una mujer. Te arrastré por la arena y te devolví al mar que te vio nacer y justo al amanecer, cuando el sol inundó de llamaradas el horizonte de un nuevo día, desperté en medio de aquella playa con el sabor en mis labios de un beso del mar...Gracias a ti escribí este relato y gracias a mí, sentí lo que siento...

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