Subías como caminando la calle del cerro arriba. Yo como siempre te esperaba en la peana para mirarte mejor a la cara. Aquel año era un Viernes Santo cargado de deseos y te pedía a cada día tantas cosas, que ya ni me acuerdo. La gente llenaba ambos lados de la calle. Justo cuando llegaste a mi altura, tu mirada tropezó con la mía y sentía que me escuchabas. En ese momento mi pensamiento solo te decía: No tengo nada que pedirte, no tengo nada que pedirte y me emocioné...
Como cada año, la procesión del Nazareno de Rute pasa muy cerca de mi casa y siempre, justo cuando pasa a la altura de mis ojos, no puedo decir otra cosa más que: "No tengo nada que pedirte".
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